dimecres, 21 de juliol del 2010

Platero y yo (fragment)

XLV - EL ÁRBOL DEL CORRAL

Este árbol, Platero, esta acacia que yo mismo sembré, verde
llama que fue creciendo, primavera tras primavera, y que ahora
mismo nos cubre con su abundante y franca hoja pasada de sol
poniente, era, mientras viví en esta casa, hoy cerrada, el mejor
sostén de mi poesía. Cualquier rama suya, engalanada de
esmeralda por abril o de oro por octubre, refrescaba, sólo con
mirarla un punto, mi frente, como la mano más pura de una musa.¡
Qué fina, qué grácil, qué bonita era !

Hoy Platero es dueña casi de todo el corral. ¡ Qué basta se
ha puesto ! No sé si se acordará de mí. A mí me parece otra. En
todo este tiempo en que la tenía olvidada, igual que si no
existiese, la primavera la ha ido formando, año tras año, a su
capricho, fuera del agrado de mi sentimiento.

Nada me dice hoy, a pesar de ser árbol, y árbol puesto por
mí. Un árbol cualquiera que por primera vez acariciamos, nos
llena, Platero, de sentido el corazón. Un árbol que hemos amado
tanto, que tanto hemos conocido, no nos dice nada vuelto a ver,
Platero. Es triste; más es inútil decir más. No, no puedo mirar ya
en esta fusión de la acacia y el ocaso, mi lira colgada. La rama
graciosa no me trae el verso, ni la iluminación interna de la copa el
pensamiento. Y aquí, a donde tantas veces vine de la vida, con
una ilusión de soledad musical, fresca y olorosa, estoy mal, y
tengo frío, y quiero irme, como entonces del casino, de la botica o
del teatro, Platero.